Viaje a Toulouse «Crónica de un viajado»


Kro Nopio

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El viaje a Toulouse fue uno de lo más inesperados y sin planificación que por el momento he hecho. El aventon me lo dio mi hermana con sus colegas que subían a trabajar a la vendimia. Yo Había decidido no ir a trabajar pero no me quería quedar en Barcelona, veía con claridad la oportunidad de subir a Francia y seguir con el objetivo de este viaje de conocer nuevos lugares. Hicimos ruta hacía la frontera entre risas y anécdotas, ellos me contaban sus experiencias de trabajos anteriores en el campo francés y se lo veía animados para esta nueva semana de trabajo que les esperaba. Mi destino era diferente al de ellos, una amigo que vive en Bahía Blanca me había hecho el contacto con una chica para que me pudiera quedar en su casa de Toulouse. En menos de un día le había comunicado mis ganas de viajar a Francia y para ese mismo día en la tarde ya tenía resuelto mi estadía.

Debo confesar que con mi viaje a Toulouse estaba bastante excitado. El hecho de llegar en la noche a un pueblo cualquiera del otro lado de la frontera francesa, sin saber con certeza si me iba a poder tomar el tren ya que no conocía los horarios y sobre todo por pasar unos días en casa de una desconocida hacían que el viaje comenzara bastante agitado.

Cruzamos la fronteras y luego de un par de horas de viaje otra vez en la estación una despedida, creo a esta altura que las estaciones están hechas de afectos y sentimientos en partes iguales o mayores al cemento y el hierro, ya que cada viajante que pasa por ellas algo deja.Me tomé el tren sabiendo que cometía uno de mis primeros errores al viajar solo, no llevaba mapa. Siendo consciente de esto, estimando el horario en que llegaría y sin saber decir una palabra en francés la mejor decisión que tomé fue la de relajarme.

A medida que avanzaba en la oscuridad crecía mi fantasía sobre la chica que me alojaría. Un amigo del otro lado del planeta me hizo el contacto con ella y ahora me encontraba yendo a su casa. Sería alta, flaca, buena onda, rubia, morocha, tendría de qué hablar con ella eran algunas de las preguntas que me surgían, me fui jugando en el tren a pensarla como si estuviera construyendo un puzzle.

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No me costó mucho trabajo encontrar su casa, un breve cruce de palabras con una pareja de España más las instrucciones que ella me había dado me sirvieron para encontrarla. En ese recorrido pude darme cuenta de que la calle en Francia se camina de una manera diferente, no se si me animo a decir más parecida a sudamerica. No me dio la sensación de que todo fuera bonito y del primer mundo. Putas, moros y sus trapicheos, yonquis eran los personajes que conformaban el paisaje de la ribera del canal y se perdían en la oscuridad de la noche, los autos como siempre con sus conductores ciegos a lo externo pasaban indiferentes o como mucho arribaban al aparcamiento de las putas. Ahora me encontraba en frente a la puerta de la casa, habiendo llegado un día antes del previsto fui bien recibido. Andrea era de Zragosa y vivía hacia unos cuantos en Francia. La primer charla se nos fue hasta las tres de la mañana y eso marco el comienzo de la buena relación que entablamos.

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Caminando por el día me dí cuenta de que me gustan las ciudades con canales, había quedado fascinado en Copenhague con las casa de colores que se levantan a sus lados, todo tan prolijo y tan cuidado en los detalles que me pareció estar en un paisaje de Lego mientras tomaba unas birras con mi primos y sus amigos. Este descubrimiento lo termine de confirmar en Bilbao. Sin embargo en Toulouse esa pausa y ese poco de naturaleza que le brinda el canal a la ciudad me parecía más salvaje, dividiéndose entre el día y la gente que hace deportes y la noche y sus aventuras. Caminando al borde del canal y saliendo del centro se encuentran barcos que son utilizados como viviendas o como restaurantes. Debe ser curiosa la vida en un bote anclado en el medio de la cuidad. El encanto de Toulouse esta en su casco antiguo, iba caminando por las callejuelas que trasladan a uno a viajar por las épocas medievales, romanas y los suburbios de la ciudad y no me quería ir de ahí.

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Por lo que me contó Andrea Toulouse es una ciudad universitaria también y para la altura del año en la que había llegado pude observar como los jóvenes se daban la bienvenida y recibían a las nuevas generaciones con festejos al aire libre, tanto en el día como a la noche en la zona de boliches. Era difícil no asociar a los estudiantes del Mayo francés con estos que cantaban y hacía juegos al aire libre mientras yo me hacía un pic-nic en un espacio verde frente al río. Las charlas con Andrea me gustaban cada vez más, ella se preocupo por todos los detalles para que yo tuviera una buena estadía y voy a estar agradecido con ella y con oír el idioma francés de su boca.

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No era la primera vez que me pasaba pero me quede sorprendido por lo mucho que le gusto Uruguay a Andrea cuando esta fue de visita, la suma de “crisis” europea más las novedosas políticas de Mujica y la supuesta estabilidad económica de la cual hablan las revistas financieras hicieron que nuestro país sea un centro de atención a los ojos del mundo. Varías personas son las que me han comentado aquí la intención de irse a Uruguay ya sea a conocer como probar suerte.

Lo cierto es que los días se pasaron volando y que Toulouse tiene ese estilo tan francés como “Hotel Chevallier” que a todos nos deja encantados, o al menos a mí cuando pensaba alguna vez en conocer Francia. Quizás me quede corto para describirlo y es probable que así sea. Es por eso que los invito a que vayan y sientan en su propia piel la sensación de lo atrapante que puede ser al punto tal que se un día voy a volver.

 Kro Nopio

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Crónicas de un viajado IV «Una vuelta en bicicleta»


Kro Nopio

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Cuando llegué a Barcelona todo me sorprendía, de hecho hay cosas que aún lo hacen y por eso sigo acá. Bajé del avión y seguí utilizando otros medios de transporte como el tren y el metro para llegar a la casa. Ya desde ese momento me di cuenta que el sistema de transporte tenía un funcionamiento de puta madre y que el hecho de tomármelo todos los días iba a implicar un gasto en el presupuesto que no sabía si quería pagar. Si bien esta la solución de colarse, opte por la de buscar una bici y en casa de mi hermana me dieron una bastante destartalada.

Frente a semejante bicicleta una de mis primeras tareas fue la de repararla y es que para conocer Barcelona me tenía que desplazar independiente, rápido, la ciudad toda era un circuito para recorrer. El verano iba llegando todo invitaba a pasear por la ciudad dibujando con la bicicleta mil aventuras.

Foto enviada por Kro Nopio

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Así fue como conocí el centro social DIV un espacio gigantesco llevado adelante por gente joven y de todos lados que se encontraba ahí para montar talleres de diferentes actividades, gente con una forma de vida alternativa a la que estamos acostumbrados. Fue ahí donde empecé además de arreglar mi bici a socializar con la gente de la vuelta. Los primeros días no fueron alentadores, qué no había llanta de mi rodado, qué si la encontraba tocaban los tacos y quedaba frenada o si la emparchaba llegaba a la casa pinchado. Grasa en la mano, a veces manchadas de aceite, la primera vez que la logre sacar del taller me fui por los días soleados hacía la playa, llevaba un mapa conmigo pero me seducía la idea de perderme. Con el sol en la cara nada me detenía por el carril bici.

Barcelona está llena de gente que va en bici en la calle se puede ver a los que van a trabajar, a estudiantes, lo inmigrantes que reciclan, los guiris que las alquilan para pasear y los que optan por un medio de transporte alternativo, basado en la tracción a fuerza humana, sin hidrocarburos que contaminen, un medio de transporte sustentable que beneficia la salud y que sin lugar a dudas es un medio de transporte mucho más divertido.

Fotos enviadas por Kro Nopio

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Volví al taller porque la cosa aún no funcionaba como yo quería, esta vez el desafío era arreglarle las velocidades, pero cada pieza que tocaba necesitaba una revisión o ajuste. Existen varios talleres de bicicletas alternativos en Barcelona, donde nada de lo que se haga es con fines de lucro sino que el sustento económico de estos espacios son el intercambio, gente que viene del norte y regala piezas, el recicle de piezas, la venta de serigrafías con motivos de ciclistas y las fiestas que se organizan con venta de comida y bebida. La finalidad del taller para mi es que una bici más gane las calles de la ciudad. Las veces que iba además de reparar mi bici intentaba aprender de lo que le pasaba, o me acercaba a la de los demás que también la llevaban a reparar mientras observaba y escuchaba.

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Las ventajas para andar en bici son varias, empezando por las calles, todas son perfectas con intentar serlo, no se olviden que Barcelona al día de hoy pugna por ser una de las capitales mundiales, de hecho es la capital mundial de skate y no es raro que un amigo skater de la infancia también viva aquí. El pavimento en buen estado, la accesibilidad en cada esquina, la bici-senda o carril bici tanto por calles céntricas como por barrios, hay la señalización para los automóviles y para las bicicletas. Además cuenta con un servicio de parking en varias esquinas y a diferencia de Montevideo son mayores las chances de que cuando vuelvas tu bici siga lo habías dejado. Aunque el lugar más seguro para dejar una bici en la calle es Lund, la relación bici persona-bici es muy alta, yo diría que debe de haber unas dos o tres bicis por personas en esa ciudad. El ejemplo más claro de la seguridad fue cuando las dejábamos en la estación de tren para ir a otra ciudad y al regresar ahí seguían.

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Existe un alto uso de bicicletas en las ciudades europeas y otro mundo a partir de eso. Las bicicletas de las ciudades nórdicas se suelen conocer como “las más guapas” porque tienen unos modelos de buenas cuadros y piezas, con unos diseños para encuadrar. La bicicleta de piñón fijo es la princesa del birrodado aunque su mayor uso se la dan los freaks. También se juega con la construcción innovando en materiales para el cuadro, y en los tamaños del rodado. Además de las plegables, de paseo, y carrera. En lund pude conducir una bici hecha en la ciudad de Christiania, tres ruedas cajón grande adelante y uno que va por detrás conduciendo un manubrio en forma de barra, además tiene un motor eléctrico para cuando se necesite. En Copenaghe pude conocer la fábrica de bicicletas de Cristiania, en un taller como podría ser el del centro social al que voy. Nadie me pudo contar bien la historia del taller ni siquiera la de la ciudad, pero me quiero imaginar que haya sido y sea producto de un proyecto colectivo.

Foto enviada por Kro Nopio

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Claro que la bicicleta también puede ser un negocio, el ayuntamiento de Barcelona tiene un modelo y un sitema de tarifas para que el que necesite o pueda pagar haga uso de una bicicleta dentro de determinado plazo de tiempo. También existe el mercado de accesorios y ropas para la gente que usa bicicletas.

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En Montevideo también le daba un importante uso a la bicicleta, dentro de mí rutina intentaba que al menos a una actividad fuera en bicicleta, en una cuestión de ejercicio, tiempo, economía, y porque estaba convencido de que esperar el bus era la muerte. En Barcelona sigo fiel a la misma política. Con la bici arreglada gane kilómetros por la ciudad, bajadas y subidas.

Aún sigo teniendo la misma bici dos por tres me arrimo al taller a cuando necesito de un arreglo on un consejo o simplemente para compartir unas birras.

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Crónicas de un Viajado. «El mejor lugar a donde pueden ir a dormir los viejos lobos de mar»


(Bailó en «El Barril» hasta el amanecer, paró en el Santa Catalina, al medio día se refugió por Belvedere y a la tarde subió a un avión… hoy, recibimos su primera Crónica. Bienvenido Kro Nopio a Crua Chan).

Kro Nopio

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«El mejor lugar a donde pueden ir a dormir los viejos lobos de mar»

Hoy me sentí como en casa cuando me tire a dormir una siesta en una playa otoñal de San Sebastián. Habíamos ido con mi primo a pasar el día y nos las pasamos caminando desde que llegamos, pudimos comprobar en carne propia lo agobiante que es el clima en el País Vasco,una humedad pesada en un día de Octubre. El cielo gris, la amenaza de lluvia y el calor era una combinación un tanto jodida como para caminar, pero no teníamos ni queríamos otra opción para conocer la ciudad.

Luego de dar varias vueltas, apreciar la geografía de la ciudad, soñar con tener un piso ahí para pasar los veranos, nos aproximamos al casco antiguo entre dos playas y decidimos no salir de ahí.

Para esa altura ya nos habíamos agenciado de un mapa cortesía de la oficina de turismo y ahora nos proponíamos objetivos concretos para visitar.Cada bar nos pedía a gritos que entráramos, degustáramos pinchos y nos bebiéramos una copa de vino.

Nos llamo la atención la cantidad de gente mayor que había en la ciudad, turistas, excursiones o el paraíso de la tercera edad todas esas posibilidades se combinaban en un lugar que ya se encontraba semi vacío luego de la temporada alta.

Pasado largamente el medio día ya moríamos de hambre y decidimos buscar un bar para comer, encontramos un bodegón de buenos precios y no lo dudamos. Las mujeres que trabajan en el bar nos recibieron de buena manera, recomendando esto o aquello de lo que ofrecían en la carta, más aún cuando se enteraron de donde éramos y querían hacernos saber de las delicias gastronómicas que San Sebastián posee. Las conversaciones que allí dentro se daban nunca me quedaron claro si estaban dirigidas a una persona o era para todo el público que en el recinto se encontraba tomando o comiendo ya que todos nos enterábamos de lo que las mujeres de la barra comentaban.

Al término de un pescado a la plancha, una paella, botella de vino y flan se nos explotaba el botón del pantalón y decidimos que debíamos hacer una siesta para remediar la situación. No teníamos otro lugar que uno público para descansar un rato, el mejor sitio era la playa aunque el cielo no dejaba de amenazar con la lluvia. Lo cierto es que cuando mi cuerpo se acostó en la arena tuve un sueño profundo.

Me desperté sobresaltado, no sabía cuánto tiempo había dormido, algo en esa siesta me hacía estar un poco confuso, era una sensación extraña. Al principio no podía darme cuenta de qué era, hasta que miré el mar y encontré la respuesta. El sonido del mar era lo que encontraba familiar, esa forma de caer del agua causando una ráfaga de una punta a la otra, como si fuese un mar feroz me hizo acordar mucho a las playas de Uruguay, y es que estando en otro continente y aunque aquí le quieran llamar de otra manera lo que estaba sonando era el Océano Atlántico.

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